Por Leonel Yáñez U. Periodista, Doctor en Comunicación y Cultura.
Quienes han observado críticamente la construcción paulatina de la democracia post dictadura, no sólo se han llenado de preguntas, sino que han tenido que alimentarse de respuestas venidas de las democracias europeas y las que han sucedido a las formas de poder de los países de los socialismos reales o, lo mismo, de lo real del socialismo. En cualquier caso, la originalidad del asunto es mas bien una copia a las democracias de la sociedad del espectáculo, látamente comentada por sociólogos y filósofos desde los años 60.
Y como hoy por hoy escasean las respuestas, toda vez de vivir en la incertidumbre y para muchos, en el caos social, conviene volver a ese lugar de la ignorancia que cada vez que se reconoce, se transforma en un lugar productivo: volvamos entonces el lugar de las preguntas; comencemos con una general.
¿Cuáles son las escenificaciones de la política hoy día, a 30 años de iniciada la transición democrática?
Sobra señalar que las formas de la política mediatizada, perfeccionada fuertemente por las campañas en el país del norte desde pasada la segunda guerra mundial, no sólo ha cambiado la democracia gringa sino que se ha perfeccionado en su devenir hacia un derrotero mediático. Tanto como han evolucionado las técnicas de la memoria y la comunicación social, para la arena política se alcanzan ribetes de película de ficción, es decir, un relato fantasioso, desapartado de toda comunidad, ensimismado en las relaciones que se efectúan al interior de las paredes de las “casas de los partidos” y éstas, en una relación endogámica con el poder mediático.
¿Hasta qué punto la manipulación de la información televisiva, como señalara Lorenzo Vilches -semiólogo chileno radicado en Cataluña- no es sino la forma actualizada de hacer política?
El influjo televisivo ha ido construyendo una realidad política mediatizada que no es mero reflejo de la sociedad y su acontecer; por el contrario, corresponde a un plano de construcción de realidad, más aún en pandemia, donde los planos de la realidad mediática e hipermediática (virtual) dominan el campo de las representaciones mediadas por las tecnologías de la comunicación. La alteración de los modos de pensar y actuar de las mayorías ciudadanas, despolitizados por irrupción de un tipo de sociedad de consumo que hasta mediado de los años 70, y parte importante de la década ochentera, inducen lentamente a una suerte de formación individual para direccionar la pulsión y los deseos de un Chile derrotado por pretender emanciparse. Allí la política no solo se hace por arriba, sino que se hace a través de; se pierde el vínculo dialogante con la calle y es solo autoridad, autoritarismo y formas escenificadas, hiperactuadas, respecto de lo que alguna vez constituyó las escenas de la representación política chilena. Esa forma de la pospolítica, es posible llamarla política en el consumo: se consume y se gasta en cada elección, en tanto esa contingencia periódica no es usada para discutir, litigar, para o acerca del bien común y los asuntos públicos de interés general.
Esta actual forma de la política y sus partidos, han erosionado su relación con la comunidad, donde toma existencia “una comunicación sin comunidad” (Han, 2020). Metafóricamente, son palabras que se las lleva el viento, o relatos huecos con una importante pérdida de sentido, que se puede evidenciar en el desgaste del discurso político y sus actores, actorías mediáticas que sobrevaloran al ser electoral por sobre el ser ciudadano; es decir, participación política exclusivamente mediada por las elecciones. La política desde abajo y sus formas de organizarse, han sido abandonadas, lo que ha implicado o conlleva una continua despolitización: pérdida de interés, ensimismamiento, apatía, desesperanza, fragmentación e individualismo.
La paradoja que contiene al encuadre comentado, se encuentra en un la forma alternativa de organización: a través de medios alternativos de comunicabilidad puesto que una condición contemporánea de la vida es la esfera de la comunicación: por otro lado, las acciones sociopolíticas orientadas a liberarse de la cultura de la dictadura para alcanzar una sociedad democrática, en el contexto de una democracia pilar del laboratorio neoliberal donde la dimensión mediática (y su concentración) a naturalizado el modelo que funciona sobre la base de una democracia tutelada, vigilada y vigilante: los procedimientos reemplazan los contenidos, y los contenidos son miseria, tal cual la mayoría de los discursos mediáticos orientados a la mera entretención, que toma un plus valor en época de capitalismo cognitivo.
La figura decadente del político y sus mediatizaciones, que sostiene la exposición de los principales representantes del modelo decadente, sigue impidiendo una consciencia ciudadana politizada, sobretodo en los sectores urbano-populares y de la clase media, otrora bastiones de compromiso y lucidez, que a partir de los años 30 tiene como punto cardinal proyectos inusitados, como la revolución en libertad y luego la Unidad Popular con su trágico desenlace; que por lo mismo, corresponde a unas representaciones programadas para su destelevisación, es decir, que ojalá no permeen la agenda de los canales.
Una TV decadente
El tópico figura decadente llamada televisión, exacerbado en el género informativo-periodístico, somete al prosumidor a la incansable repetición de imágenes y comentarios u opiniones irrelevantes, en las coberturas noticiosas. Lo que sorprende -por ejemplo, al ojo extranjero- son esas formas del montaje televisivo, que ha sido vaciado del discurso político-ciudadano ilustrado, y sobreviene las formas de opinión pública ramplona, que carecen del sentido de la controversia propia de la argumentación fundada. En este sentido, las formas de opinión pública se articulan sobre la base de un periodismo parcial, la encuestología como pie científico, y la labor de los actores políticos e institucionales de las macromediaciones, aprendidas en talleres de entrenamiento para poder crear las imágenes seductoras, personeros empáticos, comprensivos de la vida de sus electores: el paso de ciudadanos a electores, es otro truco del que se nos habla, como si fuera lo medular de la democracia. Ya sabemos, más aún en contexto de proceso hacia una nueva carta constitucional, que lo medular es poder participar, y procedimientos de ese tipo, hay varios.
¿Y a qué corresponde lo anteriormente descrito?
Lo descrito corresponde al modelo de la política espectáculo, y su principal materia prima se haya en los actores políticos de la elite integrantes del triangulo de la comunicación política, a saber: los políticos y sus partidos con el congreso y su quehacer legislativo como espacio mediático político hegemónico; la clase empresarial y sus dispositivos de lobby; la encuestología y sus barómetros.
En este sentido, el campo de juego en que los “representantes del pueblo” se exponen al público, no pasa de ser de las formas o actorías propias de la comunicación política posmoderna , que en palabras del profesor de la Universidad de Santiago Juan Pablo Arancibia, corresponden a operaciones tecnocomunicacionales, “donde los signos que se intercambian están vaciados de sentido”, operaciones con sobreambulancia de signos autoreferidos, que se desvinculan de lo que podemos llamar una zona litigante, argumentativa, que corresponden a las conversaciones respecto de lo público y el bienestar general, orientadas a informar a una comunidad que naturalmente tiene interés por las conversaciones que definen muchas veces las formas para vivir más dignamente.
Desde este contexto sociocomunicacional, la escenificación de la política en los set televisivos, como representación trágica del órgano de la consciencia (Nietzsche), es decir, un lenguaje reducido a un grupo de palabras (bandalizado, violencia, delincuentes, enemigo poderoso, etc.) con las que pretenden significar la realidad contradictoria que marca por estos días, desde hace un año, a lo contingente. En este contexto comunicativo, las redes sociales hacen lo suyo conformando el mundo de las representaciones a través de “múltiples pantallas”, produciéndose una ultra fragmentación de las maneras discursivas sociales, propias del acontecimiento político y la política. Sin embargo, allí, la variedad de discurso comienza a tomar sentido, a veces a través del humor (memes), o de videos con escenificaciones ingeniosas acerca del malestar y el hartazgo: es esa escena viralizada, donde no se salva nadie, la máxima autoridad del país corresponde precisamente a un comediante, actor de una comedia trágica, que comunica delirantes desiciones. Tal vez, esa figura representada en el Presidente, resume el estado de la política, que no es sino una escena donde los actores son de cuarta y lo que narran ha perdido el sentido de realidad.
Y entonces, qué se puede esperar en contextos constituyentes.
¿Cómo se va a escenificar el proceso constituyente, tanto por la socialdemocracia neoliberal progresista, así como la socialdemocracia clásica, propia de toda la izquierda, o sectores conservadores socialcristianos? Salvo excepciones radicales que pertenecen a la hiperfragmentación de los discursos políticos que apelan a novedosos nombres de colectividades que hacen un sin igual esfuerzo por reponer una buena política, una primera forma de escenificación ha sido la franja electoral, fuertemente criticada por los especialistas. Las otras formas están por inventarse. Y ese intento creativo, no debe olvidar que la política corresponde a formas diversas de relaciones, por lo que se requiere de espacios de comunicabilidad que recuperen lo mejor de esa historia de politización, asumiendo que la palabra cambió de signo y que las condiciones materiales para producir sentido mutan inexorablemente al mundo de las imágenes audiovisuales, y por sobretodo -me atrevo a decir- a las formas donde se ligan las artes con la comunicación. Por lo que a cantar se ha dicho, y de cualquier forma, buscando convocar por las redes para conversar desde lo social (sin distancia).